sábado, 6 de diciembre de 2008

Testimonio de una vida ejemplar

El compromiso del cristiano por construir una sociedad más humana y más de Dios cuenta con un impulso inicial que va mucho más allá de sus propias fuerzas. No es fruto ni de un acto de voluntad personal, ni de una ideología. Hay algo incomparablemente más firme que lo sostiene: todas las realidades humanas están orientadas hacia el amor de Dios.

La fe de la Iglesia confirma lo que la razón humana atisba con dificultad: tanto el mundo como cada ser humano han surgido de las manos de Dios. Y así se toma conciencia de que el más alto privilegio del ser humano es poder rweconocer el don de Dios, su Padre, y regresar hacia Él desde el más genuino ejercicio de la dignidad humana.

La vida social, la cultura o la historia no son meras creaciones humanas. Vienen precedidas por la sabiduría ordenadora y providente de Dios. Como realidades humanas ni son caóticas ni son perfectas. En todas ellas el ser humano refleja su propio ser: limitado pero llamado a una grandeza sin ocaso. Nadie debe asustarse de su propia pequeñez o fragilidad, ni nadie debe tampoco creerse más de lo que es.

Los cristianos confirmamos lo que muchos hombres y mujeres de nuestro mundo han experimentado: que un misterio de amor eleva el sentido de la vida cotidiana de las personas y de los pueblos. La Doctrina Social de la Iglesia inspira el deseo de llevar el Evangelio a todos los aspectos de la vida social, con la convicción de que todos esos ámbitos se renovarán y mejorarán con la iluminación que Cristo proyecta sobre la vida del hombre.

Es tarea propia de los fieles laicos, de los seglares, anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades temporales. La familia, el compromiso profesional en el ámbito del trabajo, la cultura, la ciencia y la investigación, el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas y políticas son los lugares propios del vivir y del actuar de los cristianos laicos. Todos ellos necesitan de la luz y de la savia nueva del amor de Dios. Ninguno es indiferente a la presencia del Evangelio.

El compromiso de los fieles laicos es expresión de la caridad evangélica. Su testimonio nace de un don de gracia, de un regalo de Dios reconocido, cultivado y llevado a la madurez. El cristiano puede colaborar con cualquier persona en causas que sean justas y nobles, pero tiene su propia manera de entender el servicio a los demás.

La amistad con Dios, que le lleva a la amistad con los demás, acompaña al fiel laico en cada uno de sus gestos, de sus actos y también de sus silencios. Hay una dinámica propia en el anuncio del Evangelio: cuanto más se profundiza el don recibido por la fe, más generosa es la entrega y más sólida y alegre la esperanza.

Para ver bien el mundo hace falta mirar a Dios. Desde la perspectiva de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con autenticidad su actividad terrena. El ser humano no se limita sólo al horizonte temporal, sino que mantiene íntegra su vocación eterna. Considerar que los seres humanos sólo están llamados a un bienestar material o a una actividad productiva no hace justicia a la sed de infinito que anida en el corazón humano y que es huella de la presencia de Dios.

La preparación para la Navidad es una auténtica escuela para comprender lo que significa el verdadero humanismo. La encarnación de Dios en Jesucristo ha volcado sobre la historia las mejores energías del corazón, que proceden de sus planes de amor para los hombres. Los fieles laicos están llamados en estos días a mirar a su Madre Inmaculada y aprender de ella que la alegría de la intimidad con Dios conduce siempre el servicio más decidido y generoso hacia los demás. No hay mejor impulso para construir una sociedad digna de nuestra vocación de personas.

Con mi bendición y afecto.

fuente: LasProvincias.Es

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